miércoles, septiembre 30, 2009

Jaimito



It's summer





Corría el estrepitoso año de 1911, una pareja viajaba con dirección a la mística ciudad de puebla en su automóvil manejado por el chofer de la familia, un gran auto gris como el tiempo que pintaba para la familia de clase alta dueña de este medio de transporte.


-Terrible tragedia la que nos ha tocado vivir, ¿no José Arturo?

-Ciertamente Cecilia, Profunda incertidumbre invadirá a las familias del país. Tras la salida tan repentina pero esperada de Don Porfirio Díaz, ¿Qué será de nosotros?

-Culpa es, de esos revoltosos sin beneficio que lo único que buscan es fastidiar nuestras vidas-.
Replicó Cecilia.

-Pero vamos mujer, deja ya esta plática absurda y baja del carro que hemos llegado a la hacienda. Tanto tiempo he dedicado a laborar en la capital que mi hogar me parece como nuevo y extraño-. Argumenta José Arturo. -Ahora estas paredes, como fortalezas que circundan el perímetro de lo que hoy y hasta el último día de mi vida, serán mi hogar.

-¡Anda ya! Vamos a buscar a Maria Cecilia, mi hija, que tengo un año de no verla, que rápido pasa el tiempo cuando los hijos están en casa; pero que agónicos los segundos se vuelven cuando no están a tu lado.

-Así es mujer, pero si se vino antes fue para mantener las cosas en orden hasta el día de nuestra llegada, además recuerda que no vino sola, Don Jaime, su padrino, persona ejemplar y de pulcritud intachable vino con ella.


En la gran hacienda del Rosario, los empleados laboraban presurosos ante la llegada del patriarca. Antes de poder seguir atravesando el hermoso jardín adornado por graciosas y coloridas flores Maria Cecilia salió corriendo a los brazos de su madre.


-¡Mamita, papito!- Maria Cecilia besó y abrazó a sus progenitores. –Que alegría verlos de nuevo.

-Ya lo creo ‘mija’, a nosotros nos invade la dicha de volver a verte también, volver a ver tu inocente rostro iluminado por el gusto de tenernos contigo.- argumentó el padre.

-Mi niña y ¿cómo has estado? ¡Un año es mucho tiempo para no saber nada de ti!- La madre contenta de ver a su hija dijo. -¿te has portado bien verdad?-

-Si mamá han pasado muchas cosas en la hacienda desde que llegué. Y mi padrino ha estado conmigo todo el día.

-Hablando del insolente hombre ingrato que ni se place de estar en estos momentos recibiéndonos, ¿donde esta?- preguntó el padre echando un vistazo por los alrededores buscándolo y con una ligera mueca expresando felicidad.

-Esta dando de comer a Jaimito, mi hijo.

-¡Válgame el Señor de las Tres Cruces, tu hijo!.- asustada exclamó Cecilia.

-¡Explícate Maria Cecilia, como que tu hijo!- exclamó el padre preocupado.

-Bueno es que, yo tenia ganas de saber que se sentía ser madre, y se lo dije a mi padrino, todo fue muy rápido, de un día para otro. ¡Mi padrino me lo dio!.-

-Pero que cosas dices- grita el padre -¡Ah! ¡Condenado sin vergüenza si lo sabré yo, donde está el libidinoso hombre bueno para nada de tu padrino, ¡Jaime! ¡Jaime!.

-Papá no grite, no veo por que exaltarse. Si mi padrino lo hizo con todo el amor del mundo, yo tenia miedo de lo que me dijeran ustedes, pero mi padrino dijo que bien sabrían entender.

-¡Pero que vamos a entender, por el amor de Dios ‘mija’ no sea bruta! Como se dejo engañar por ese zángano que lo único que hizo fue destrozarle la...

-¡José Arturo!- interrumpe su esposa que solo escucha sin decir nada por la aflicción.

-...¡destrozarle la... inocencia, mujer por Dios tu también cállate y déjame hablar a mí!

-Pero papa, no es justo. Además yo me sentía muy sola y fui yo la que se lo propuso a mi padrino, quien al principio estaba renuente a mi propuesta pero después de unos días aceptó.

-¡Ah! Pero que desgraciado condenado, como se atreve. ¡Ya vez lo que pasa mujer por dejarla venir primero! Si yo bien decía, no hay que dejarla venir y menos con ese viejo rabo verde.

-¡José Arturo Loeza de Romero Y Vargas! ¡En primer lugar fui yo quién te dijo que no podía venirse primero nuestra niña! Y tú siempre defendías a Jaime.

-¡...Por eso mujer!¿Y que tú no tienes opinión? Debiste haber evitado que yo la enviara con ese patán.....

-Papá, ¿puedo hablar?

-Usted cállese ‘mija’, que las mujeres no opinan en esta casa...... Yo quiero saber donde está ese mugroso sin vergüenza para “que me diga en mi cara en presencia mía” si va a responder.

-Pero si esta respondiendo, él me dijo que me va a apoyar en todo. ¡Hoy le trajo su comida y le esta dando de comer en este momento!

-¡Jaime! ¡Jaime!- grita de nuevo el padre. –Pero este condenado que se esta creyendo.

-Papá no es nada justo, mi padrino supo como hacerme feliz. Y si mi felicidad los vuelve infelices mejor será que regrese a la capital para darles la paz en esta casa.

-¡Hija no por favor!- replica su madre a punto del llanto.

-Mija no sea tan dramática, ¡ah! Pero por que son así las mujeres de veras. ¡Ya sabe tonta que usted siempre será mi hija! Pero quiero, exijo, necesito “inmediatamente en este instante” hablar con el procurador del mal, ese bueno para nada de Jaime. Que él me diga su versión de las cosas.


De la parte de atrás de la hacienda, donde se encuentra el bebedero de los animales se escucha un silbido poco agudo pero recio que identifica a Jaime. El hombre en disputa.


-Papa ahí viene mi padrino seguramente con Jaimito; ¡ya a verás que cuando te lo presente vas a ponerte de lo más feliz!

-Ya cállese mija, que ganas me dan de soltarle un porrazo por ‘taruga’, como fue a cometer semejante barbarie con ese hombre que podría ser su padre.

-¡José Arturo, por Dios!- indignada la mujer exclama.

-¡Ah! Chihuahua ya me pase a sor rajar la ‘madre’ yo solito. Ya ves lo que me hace decir tu hija.

-Papa, ahí viene Jaimito... ven Jaimito... eres un buen perrito verdad que sí... ¡qué bonito estas!

-Pero...

-¡Buenas Tardes viejo Cascarrabias!- sonríe Jaime, el padrino, y abraza a José Arturo quien en este momento se encuentra desconcertado. -Doña Cecilia que gusto verlos de nuevo, María Cecilia no paraba de saltar por la emoción que le dio al ver su carta de llegada.

-Mija, explíqueme bien, ¿el Jaimito era un condenado animal?.

-No es un animal papá, es mi hijo y se llama Jaimito por que mi padrino me lo dio. Es como de la familia, además está “re-te-chulo”. ¿No es cierto ‘ma’?

-Hija, yo...- sin palabras está Doña Cecilia pues ha pasado un mal rato pensando lo peor de Jaime y de su hija. E interrumpida por su esposo que argumenta.

-‘Mija’ ¿todo este alboroto por un pinche perro?... Pudiéndome haber dicho desde el principio que se trataba de un mugroso animal no me harías pensar en plomearle la cabezota al rufián, insolente, buen amigo y de pulcritud intachable de tu padrino.

-Papi, ¿entonces puedo quedármelo?

-Quédatelo mija con tal que te mantengas ocupada un buen tiempo siendo la madre de ese zarrapastroso perro y no me des más sorpresitas que vayan resultando verdaderos problemas.

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